martes, enero 15, 2008

MI UNICORNIO ROSA SE INDIGESTÓ CON UN PLATÓN DE ESPAGUETI

Alabado sea el lenguado
Y el bacalao, alabao
Luz divina la sardina
Divina luz a la merluza

LES LUTHIERS

Hace poco más de un año, platicaba con una amiga sobre el eterno dilema de nuestro origen. Ella sostenía la teoría creacionista, mientras que yo defendía, en la medida de lo posible, una teoría evolucionista, pero procurando no entrar de lleno en la prehistoria, pues sabía que ésta es el talón de Aquiles de la ciencia en lo tocante a este tema. Por más que traté de no llegar a ello, era inevitable que mi amiga, que no es nada tonta, usara la falta de pruebas científicas para buscar derribar mi propuesta evolucionista. Para mi suerte, no era la primera vez que oía ese argumento, y ya tenía listo el argumento para responderle: en realidad, no hemos explorado más del 3 por ciento (algunos autores manejan menos del 1 por ciento) de la superficie de nuestro planeta, por lo que es imposible exigir pruebas puntuales de toda la evolución cuando la investigación aún está en marcha; sin embargo, las pruebas existentes son suficientes para determinar una evolución hasta 10,000 años antes de Cristo. Asimismo, no tuve problema para convencerle de que, a fin de cuentas, tanto la teoría del diseño inteligente como la evolutiva no son más que eso: teorías, o sea, meras suposiciones, pues lo cierto es que no tenemos manera de saber con exactitud qué pasó entonces. Al final, ahí donde es imposible una demostración, cualquier hipótesis y/o creencia es explicación suficiente e insuficiente a la vez.

Cada vez que esta controversia (tan vieja como la humanidad misma) cobra nueva fuerza, ambas partes usan una misma falacia para descalificarse los unos a los otros: que la falta de evidencias de unos es demostración suficiente de la veracidad del argumento de los otros. O sea, para los que optan por la ciencia, la falta de evidencias de la presencia de un dios es prueba suficiente de su no existencia; por el contrario, la falta de prebas puntuales por parte de la ciencia, legitima la existencia de un dios para los religiosos. Esto, como ya dije, es una falacia de la categoría más baja, porque tanto una afirmación como una negación deben de demostrarse. Así, no basta con afirmar o negar la existencia de algo para que tal exista o no, sino que se deben dar argumentos convincentes de que sucede tal o cual evento. Desgraciadamente para unos y afortunadamente para otros, el conocimiento humano es menor en dimensión al universo mismo, además de que es propenso al error. De todos es conocido que la ciencia ha cometido más errores que aciertos en su afán de buscar la verdad; pero también a veces olvidamos que la religión se escuda en explicaciones de lo que de por sí no es verificable. ¿Qué sucede después de la muerte? Sólo podemos especularlo, porque hasta la fecha, digan lo que digan algunos por allí, no se ha podido verificar un caso de alguien que haya regresado tras su fallecimiento. (Sí, ya sé que existen varios casos en los que los médicos han declarado oficialmente muerta a una persona, y que ésta resucitó minutos, horas e incluso días después del fallecimiento, misma que luego contó ciertas "cosas" que vislumbró en el "otro mundo"; pero lo cierto es que aún no sabemos bien a bien cómo operan el cerebro y el cuerpo en la catatonia, el coma y otros estados de muerte aparente, así que la etiqueta de suposición no puede despegársele aún a ninguno de esos casos. Y sí, también intuyo que hay una falla en mi razonamiento, así que espero sus comentarios al respecto haciéndomela notar.)

Ahora bien, y como se puede suponer, la carencia de pruebas que todavía presenta la ciencia obliga a que los huecos tengan que llenarse con suposiciones, por lo que sus aseveraciones carecen de la contundencia para convencer al total de la humanidad. Y hacen bien quienes ponen en duda a la ciencia, pues la única manera en que podremos evitar que ésta se estanque es poniendo el dedo en la llaga de la incertidumbre. Allí donde el científico tenga que recurrir a su parecer para explicar las cosas, el lego está obligado a ponerle unos signos de interrogación. Pero lo divertido de esto es que también opera a la inversa: allí donde el lego no pueda recurrir más que a su imaginación, el científico tiene el deber moral de cuestionarlo. El problema está cuando el científico lo hace con el invento más grandioso de la imaginación humana: los dioses. Algo tan poderoso como la idea de un dios, difícilmente podrá resistir que se lo ponga en duda, puesto que su característica principal es ser la razón primera y última de todo razonamiento ulterior. Los dioses son el cimiento y la corona de todo el edificio intelectual de sus creyentes; por lo tanto, su cuestionamiento deriva en la inseguridad racional, porque perder la respuesta básica y máxima lleva a la negación de la realidad aparente y al miedo de no comprender la realidad auténtica o, peor aún, de comprenderla. Ante la fragilidad y levedad inherentes al individuo humano, los dioses son lo único que le dan una certeza intelectual, y, en cierta forma, un amparo ante la crueldad inherente a la naturaleza. Por esto, y sólo por esto, los dioses son intocables, porque el ocaso de un dios (las creencias paganas son un ejemplo muy claro) es el ocaso del individuo en tanto humano.

Así, no sorprende que veamos un fortalecimiento del sentir religioso (con los riesgos del fanatismo que tan bien conocemos) en una época tan marcada por la pérdida de identidad humana. Cada vez más, sentimos que se nos deshumaniza, como si las clases hegemónicas (tanto políticas como económicas) nos convirtieran de hecho en esos robots de carne y hueso que plantearon George Orwell y Ray Bradbury ente otros. Por ello, para mucha gente los dioses son el único refuerzo de su humanidad, y los oponen al gran monstruo de la época moderna: la ciencia. Se ha dicho, no sé si correctamente o no, que el XX fue el gran siglo de la ciencia, porque se liberó de las cadenas oscurantistas que impidieron su desarrollo en los siglos previos al XVIII y pudo llegar al común de la población, ya fuese en sus productos o en su misma literatura. Pero también fue el siglo en que la ciencia nos regaló problemas y miedos que antes no teníamos: armas de destrucción masiva, contaminación masiva, depredación masiva de los bienes naturales, problemáticas demográficas masivas, tecnificación masiva y artificialización masiva de los bienes de consumo. A la par que la ciencia se volvió una gran benefactora de la humanidad, también se volvió uno de sus mayores enemigos. ¿Realmente importa que los problemas no los creó la ciencia per se, sino la irresponsabilidad del común de la humanidad mercantilizada, que siempre ha sido rápida en endilgar culpas a diestra y siniestra sin detenerse a razonar mucho en su propia responsabilidad? No, importa que la ciencia desbocó, en cierta forma, a la humanidad; por lo tanto, la ciencia es la responsable. Y ahora resulta que estos científicos modernistas y mercantilizados, a quienes satanizamos y santificamos según nos convenga, nos quieren quitar también lo único que nos permite seguir siendo humanos en el sentido tradicional: nuestros dioses.

Como se recordará, en EE UU, esa entidad omnipotente y omnipresente que para muchos es tan responsable de nuestros males como la ciencia mercantilizada (¿no fueron ellos sus principales promotores en la Guerra Fría?), desde hace varios años hay una controversia respecto a la enseñanza en las iglesias públicas de la teoría creacionista. En un mundo en el que se ha buscado repetidamente separar lo que es del César y lo que es de Dios (caray, es curioso de quienes toman los laicos algunas influencias), resulta que muchas personas de EE UU quieren acabar con esa dicotomía e imponerle a su sociedad que, si la ciencia y la religión son productos por igual del razonamiento humano y basados ambos en supuestos, deben enseñarse por igual en sus escuelas. Así, en algunos estados del sur de ese país, varios distritos escolares han ordenado que en las clases de biología se enseñen por partes iguales la teoría del diseño inteligente y las teorías evolutivas, principalmente las darwinistas (y eso que el mismo Juan Pablo II aceptó que Darwin estaba en lo correcto --pese a que ya ni los darwinistas creen en Darwin). Igual a como sucedió cuando Ned Flanders hizo que los niños de Springfield rezaran en la escuela, varias voces se han alzado contra esto. Aunque no han exigido que en las iglesias, templos, sinagogas, mezquitas y demás centros religiosos de EE UU se den sermones sobre Darwin, han hecho algunas cosas que merecen atención. Por hoy me enfocaré en dos que acabo de conocer y que me interesaron particularmente.

La primera es una parodia religiosa. En un foro de discusiones de internet conocido mundialmente, el Usenet, en el subforo dedicado al ateísmo un grupo de universitarios tuvo la ocurrencia de crear un dios. Basándose en algunos elementos de diversas religiones, idearon una divinidad a la que llamaron La Unicornio Rosa Invisible. De antemano, le confirieron un sexo, pues con excepción del judaísmo y el islamismo, en las demás religiones los dioses suelen ser sexuados. El uso de un animal mítico muy conocido permitió que sus "creyentes" pudieran identificar plenamente su forma, evitando así discusiones teológicas sobre su sustancia y su apariencia. Sin embargo, no están exentos de problemáticas teológicas, pues por sí misma presenta una paradoja interesante: pese a ser invisible, tiene una característica visible: su color rosado. Esto ha llevado a discusiones respecto a si la diosa es invisible todo el tiempo, si se materializa para algunos afortunados a la manera de una experiencia mística, o si el color rosa es una mera concesión a la necesidad humana de representarse físicamente a sus divinidades. Pero esto es un problema menor porque, a pesar de tener apenas una década de ser inventada, la Unicornio Rosa Invisible ya ha experimentado un cisma entre sus "fieles". En un simulacro de concilio (ignoro si se trató de uno ecuménico, pues la diosa tiene fieles en varias partes del mundo, y la asistencia virtual bien se pudo ver afectada por los usos horarios), se discutió sobre la preferencia alimenticia de la Unicornio Rosa Invisible. La escisión fue inevitable: los ortodoxos afirmaban que ella prefería las pizzas de jamón y piña, mientras que los cismáticos aducían que, tratándose de un ser vegetariano, debía preferir las de piña y champiñones. Hasta la fecha, las dos posiciones son irreconciliables; sin embargo, se mantiene una cierta unidad, ya que ambas partes aceptan como dogma irrefutable que la Unicornio Rosa Invisible detesta el pepperoni.

Hago un paréntesis para hacer una nota. Sé que a muchos religiosos esto último les parecerá un insulto o, cuando menos, una exageración de las auténticas discusiones religiosas, sin embargo, he de decirles que no está tan alejado de la realidad. Como señala Jean Meyer en su libro La gran controversia, entre las muchas razones que adujeron los cristianos ortodoxos para separarse de los católicos romanos estaba que estos últimos usaban pan ázimo para la eucarestía, que se cortaban las barbas o se rasuraban la cabeza. Sí, había otras razones de más peso teológico, pero desde el siglo X en que empezó la controversia hasta el XV en que se completó el cisma, éstas y otras igual de pueriles fueron las razones esgrimidas por los ortodoxos para distanciarse de Roma. Asimismo, entre los judíos aun hay cierta discusión respecto al uso en todo momento de la kipá, o respecto al uso que algunas mujeres hacen de ésta. Y ni qué decir respecto a lo que piensan los musulmanes respecto al largo de la barba.

Regresemos a la Unicornio Rosa Invisible. Respecto a la iconografía, la forma más común de representarla es usando un espacio en blanco, ya que, obviamente, es invisible. Si bien, como dije líneas arriba, se discute la posibilidad de que pueda materializarse ante algunos bendecidos, nadie ha podido dar pruebas concluyentes de que haya pasado por semejante experiencia mística (aunque no dudo que, dadas las circunstancias, alguien termine por darle una forma similar a la de los Pequeños Ponys). Sin embargo, hay una pequeña compañía que, aprovechándose de la popularidad que la Unicornio Rosa Invisible tiene entre la comunidad atea, comercializa un logo en el que, de una forma muy estilizada, se representa la silueta de una cabeza de unicornio rosa dentro de un círculo también rosa. Al igual que sucedió con la famosa A encerrada en un círculo para representar la anarquía, este logo sirve como una manera de representar al ateísmo. Como bien lo aprendieron los estadounidenses cuando el movimiento punk de los 80's, basta con comercializar al extremo un movimiento contracultural para que éste pierda su identidad y, por ende, desaparezca. Dudo que puedan acabar con el ateísmo, pero a la Unicornio Rosa Invisible ya la condenaron al cementerio de los productos de consumo que ya no interesan, más o menos como el símbolo del amor y paz.

Pero si bien la Unicornio Rosa Invisible ha tratado de hacer una iglesia propia y otras cosas para parodiar aún más a las religiones formales, los estadounidenses han creado otra parodia que tiene un impacto aun mayor al de la pequeña unicornio: el pastafarismo.

Cuando el Consejo de Educación del Estado de Kansas ordenó en 2005 la enseñanza de la teoría creacionista en todas las escuelas públicas de ese estado, un físico, llamado Bobby Henderson, protestó contra esta medida mediante la publicación de una carta abierta. En la misma, tuvo la ocurrencia de exigir que, si se obligaba el estudio del diseño inteligente, también debía enseñarse en proporción igual el pastafarismo; si no era así, se vería obligado a convocar a la resistencia civil y tomar acciones legales contra el Consejo.

Inventado por él en ese momento, el pastafarismo consiste en la creencia de que todo el universo fue creado por un dios único llamado el Monstruo Volador de Espagueti. Éste, como su nombre lo indica, es una masa flotante hecha de espagueti y dos albóndigas. Mediante su "toque tallarinesco", no sólo creó al mundo, sino que también se ha encargado de burlarse de los humanos, ya que tiene la capacidad, con su toque tallarinesco, de modificar la antigüedad de las cosas.

En una clara burla a los creacionistas, quienes sostienen que las evidencias paleontológicas y arqueológicas son menos antiguas de lo que sugieren los científicos, Henderson dice que el Monstruo Volador de Espagueti se ha encargado de modificar la estructura del carbono-14 para que los científicos tengan una medición incorrecta de la antigüedad de los objetos. Esto obedece a que la medición con carbono-14 se basa en la suposición de que la vida media del carbono-14 es de 5,730 años (y claro que es una suposición, pues, así como nadie ha regresado de la muerte, tampoco nadie ha logrado vivir tanto tiempo como para comprobar la vida de dicho átomo, ni siquiera Matusalén, que apenas llegó a los 969 años), y después de este tiempo, el carbono-14 empieza a degradarse, lo que permite dar un aproximado de su antigüedad (enfatizo mi subrayado, porque, como he dicho en otras entradas, a los científicos también les viene bien un poco de modestia); por esto, dicen los creacionistas, no puede tomarse como verdad concluyente a esta medición, pues deriva de una suposición, y si estamos entrados en suponer, al menos el diseño inteligente es un poco más "tradicional". Así, Henderson dice que el carbono-14, así como otras evidencias "claramente observables", fueron puestas a propósito por el Monstruo Volador de Espagueti para poner a prueba la fe de sus fieles.

En otro ataque directo a los creacionistas, Henderson aborda la correlación de eventos como sinónimo de causalidad. Esto es una falacia basada en la estadítica, en la que se usan variables que no tienen una relación real pero que se manejan como si estuvieran conectadas directamente. Un ejemplo sería que la obesidad de un niño está correlacionada con el crecimiento del PIB de un país: si se miden año tras año el aumento de tallas en un niño, y al mismo tiempo se mide el rendimiento económico del país en el que vive el mismo, se puede llegar a la conclusión aparente de que los años en que el niño ganó más tallas se correponden a años de mejora económica en el país, o lo contrario, que entre más tallas gana el niño peor se comporta el país; así, se obtiene el argumento falaz de que un país se comporta mejor o peor económicamente dependiendo de la mayor o menor obesidad de un solo niño. De la misma forma, los creacionistas argumentan que la falta de evidencias concluyentes del desarrollo evolutivo de la humanidad y otras especies animales es sinónimo de la inexistencia de una evolución. (Léase el primer párrafo de esta entrada para ver algo relacionado a esto.) Para demostrar lo absurdo de este argumento, Henderson afirma que el problema del calentamiento global es causado por la disminución de piratas en el mundo. Así, mediante un sencillo ejercicio estadístico como el ejemplificado previamente, él demuestra que el número de piratas ha disminuido en relación directa con el aumento de la temperatura en el planeta.

Pero no piense que lo de los piratas es algo gratuito. Ya que el calentamiento global es una consecuencia de que hayamos atacado la piratería, esto debe obedecer a una razón que afecta directamente a los piratas. Y Henderson lo resuelve al decir que los piratas fueron los primeros humanos a quienes se presentó el Monstruo Volador de Espagueti. Cierto Capitán Mosey, según el Evangelio del Monstruo Volador de Espagueti (publicado por Villard Books, y que se ha vendido en otros países), recibió 10 piedras con los mandamientos del MVE. (Claro, la referencia a Moisés es más que obvia, pero, a fin de cuentas, se trata de una parodia.) Desgraciadamente, dos de ellas las perdió Mosey al bajar de la montaña donde las recibió, con lo que, al decir de los seguidores de la Iglesia del Monstruo Volador de Espagueti, se les permite cierta laxitud moral, pues lo que no está prohibido, está permitido.

Ha sido tal el impacto que ha tenido el MVE, que el Consejo de Educación de Kansas revocó la orden sobre la enseñanza del creacionismo a causa de la presión local que ejercieron los pastafarianos. Porque estos, ha de decirse, son ahora un culto que ha rebasado las fronteras de EE UU. Sin perder la noción de que es una parodia religiosa, y superando el ámbito ateo al que se limitó la Unicornio Rosa Invisible, el pastafarismo se ha vuelto una bandera de quienes, ateos, irreligiosos, espiritualistas sin credo y científicos, sostienen la necesidad de separar la religión del estado. Según su decir, la educación de las escuelas debe basarse en conocimientos que puedan sustentarse con evidencia formal y, pésele a quien le pese, aun cuando la misma ciencia se apoya en algunos supuestos, la teoría creacionista tiene el defecto de que no puede dar prueba alguna de su veracidad. El afirmar que existe un dios, como lo demostró Henderson con el MVE, no es prueba suficiente de que dicho dios exista. Esto me recuerda una discusión que tuve en la UNAM con unos cuates que, al igual que yo, no pasaron del primer semestre de Filosofía. Uno de ellos, cuyo nombre se me escapa, al hablar de religión, planteaba este mismo problema. Para ejemplificarlo, nos puso el ejemplo del Chimifincle. Según él, era un ser antropomórfico, que no medía más de un palmo, con una barba larga (algo similar a ciertos duendes), manos palmeadas y piernas de pollo pero que sabían a res. Nos aseguró que el chimifincle existía, incluso nos refirió algunas de sus costumbres y demás; pero, lógicamente, no tenía forma de demostrarnos que existía el chimifincle. Igual pasa con las hadas, los unicornios rosas invisibles y, desgraciadamente, los dioses. Es materia de fe, y como tal debe aceptarse. Así como aquel chavo de la UNAM creía en el chimifincle, los creyentes de cualquier religión tienen derecho a creer en el dios que más les convenza; igualmente, el ateo tiene derecho a no creer. Pero ni el creyente ni el ateo tienen derecho de descalificarse mutuamente simplemente por el hecho de que consideren que el otro está equivocado. Casi todos los países se quejan y le temen al peligro árabe, que, dicen los occidentales, busca acabar con la religión de este hemisferio. Oh, el miedo a que el mahometano nos quiera imponer a su dios. Pero ¿no es lo mismo que hacen los testigos de Jehová cuando llegan a nuestra casa a promocionarnos su fe? ¿No es lo mismo que hacen los brasileños al anunciar su iglesia de la nueva vida por televisión? ¿No es lo que hace el católico cuando transmite la misa de gallo o las mañanitas a la virgen de Guadalupe? ¿No es lo que pretendió el Consejo de Educación de Kansas al querer implantar el creacionismo como materia regular en las escuelas?

Cierto, el pastafarismo nació como una burla al evangelismo exacerbado que experimenta hoy día Estados Unidos, pero, tal como nos enseñó la calle a muchos de nosotros en nuestra adolescencia, a veces necesitas repartir un par de cachetadas para que los demás no olviden que merecemos respeto.